Qué raro que no hubiera escrito nunca antes aquí de «Breaking bad». Aunque sí lo pienso, quizá no lo es tanto: simplemente no me he preocupado en decir nada antes porque… la serie no me sugería tampoco nada qué decir. Nunca sentí la urgencia. Nunca me pareció que me valía la pena tomarme la molestia. La serie me gustaba, sí, pero ni me apasionaba tanto como para derramar elogios ni me disgustaba tanto como para aliviar vesícula. Y ahora que se ha acabado, pues ahí mismo estoy; en el sí, pero…
¿Qué me ha movido entonces a escribir un post sobre «Breaking bad»? ¿Una arcada esnobista para separarme del rebaño acrítico ahora que todo el mundo flipa (¡A la altura de «Los Soprano»! ¡De «The Wire»! ¡De «Mad men»!)? ¿Oportunismo trapacero en busca de «likes» y «RTs»? ¿Simples ganas de espoilear y tocar los narices? ¿De meterme en un berenjenal? ¿O estoy siguiendo el impulso de autodestrucción de mi credibilidad? Bueno, supongo que sencillamente me puede la curiosidad por todo lo que me produce sentimientos ambivalentes y, pobre iluso, creo que escribiendo sobre ello lo acabaré entendiendo mejor, acaso entendiéndome mejor a mí.
Veamos, pues.
Si me pongo a hacer balance de mi relación la serie de Vince Gilligan la cosa más o menos ha sido así:
1ª TEMPORADA. Muy prometedora serie… truncada por aquella huelga de guionistas (8 episodios y tira que te va). Qué gran personaje presentaba, por eso: Walter White, una mente extraordinaria enjaulada en una vida ordinaria. Y tenía también una excepcional circunstancia que, de alguna manera, tiraba de varios hilos del inconsciente colectivo: ¿Cuáles son las consecuencias de reinventarse a la brava en estos tiempos de apretones? ¿Qué sucede si traspasas la frontera de la legalidad? ¿Cómo debe ser una cata del «otro lado»? ¿Cuántos escrúpulos hay que saltarse para delinquir? Estos «¿Y si…» tan resultones me los empañaba, no obstante, un runrún algo moralista: en realidad la serie era «Breaking good», no «bad», porque las causas que empujaban en principio al personaje a violar la ley no podían ser más nobles (¡Ah, la familia! ¡Ah, el cáncer! ¡Ah, el porvenir!…). Otra vez el molesto fantasma de la sobre-justificación, tan presente en las ficciones televisivas, dando por saco.
2ª TEMPORADA. Arrancó como una faena de aliño del coitus interruptus de la primera y se convirtió en… un despelote creativo muy disfrutable. A partir del capítulo que arranca con el narcocorrido, a partir de la inclusión de Saul Goodman (el descargo cómico que no proporcionaba, aunque se intentó, Hank), a partir de la aparición de Gus Fring y Mike, la serie alcanza su plenitud. Tanta imaginación desbocada, no obstante, tiene algún exceso a lamentar: ¿De verdad va a terminar esta temporada con un accidente aéreo a modo de Deus ex machina? Corrijo: ¿Con un machina ex machina? Hombre, tampoco os paséis.
3ª TEMPORADA: La mejor. Todo está perfectamente engrasado. Algunos episodios parecen hasta de los Coen (concretamente el que acaba con el tiroteo en el parking). La cosa chuta ya tan bien que los guionistas, tan esforzados siempre en dejarnos claro que esta era una serie «de calidad», se sacan la chorra en«The fly», un bottle episode muy llamativo, claro, pero con sus defectos: si hasta ahora el gran magnetismo de «BB» era intentar imaginar qué le pasaba por la cabeza a WW, un episodio tan verbalizado ¿no es una salida de tono? Me temo que los diálogos no son el punto fuerte de la serie, a pesar de algún quiebro brillante. Esta es una ficción muy visual, lo cual, ojo, es gloria bendita en Tv. Pero, si se quiere jugar a la dramaturgia pura y dura, entonces hay que escribir con bastante más empaque (o al menos, sin tanta literalidad al exponer con palabras ideas y sentimientos).
4ª TEMPORADA: …y se les fue la olla. A partir de este momento, en equipo «BB» se flipa. Cámaras colocadas en un robot roomba, planos generales esperando a que pase una nube, tres o cuatro puntos de vista inverosímiles por episodio… Esteticismo desbocado y sobre-realización a mansalva. Se salva por el pulso entre Walter y Gus. Porque lo del cigarrillo envenenado… en fin: podrían haber buscado una solución argumental un poco menos rebuscada y creíble, pero total, a estas alturas, la audiencia ya iba a querer a la serie igualmente.
5ª TEMPORADA: Transición especulativa tirando a ramplona con algún manchurrón (¿otro niño muerto? ¡Nooooooo!) y algún chispazo casi Fordiano: la muerte de Mike (a pesar de lo incongruente de la reacción postrera de Walter). Como en aquella media-temporada antes de la final de «Los Soprano», se pasan 7 capítulos viéndolas venir. Y en el 8º, y de modo bastante absurdo, apretan el gas a tope. El timing ese tan chulo que tenía la serie, tan de lentas transformaciones interiores, se va al garete en un episodio con secuencias de crecimiento por doquier y volantazos de trama aquí y allá.
5ª TEMPORADA (bis): La cosa sigue como acabó… o peor: con moralina de perogrullo (volverse malo es, mmmm, ¿malo?). De repente, todo empieza a pasar muy rápido. Demasiado. Así que crecen las licencias de guión y mengua el paréntesis de incredulidad. Muchos bolets salidos del no res para hacer la vista gorda. A ver, ¿Quiénes son esos nazis con pinta de rednecks de «Justified» tan poderosos que aparecen ahora? ¿El Todd éste que acaba de llegar resulta ahora que es un criminal mastermind y un alumno de matrícula de química parda? ¿Y ese mini-cartel del estado vecino que en un capítulo da un miedo que te cagas y al siguiente se los pelan en un santiamén? ¿Más súper-inventos de MacGyver (de los creadores del súper-imán llega ahora ¡la súper-metralleta!)? Y vuelta la mula al trigo con lo del ricino… Después de haberme leído «El poder del perro» (habérmelo leído yo y millones de personas más, cuidao), ¿de verdad queréis que trague ahora con esto? Mientras la serie tenía un precepto único (un químico que tuerce el camino en su vida), no había apenas comparación posible con otras ficciones. Pero si ahora resulta que la cosa acaba como un thriller fronterizo y ultraviolento de camellos a gran escala, pues ya lo siento, pero no puedo hacer ver que no he leído todo lo que leído o no he visto todo lo que he visto.
El problema sé que probablemente lo tenga yo, quélevoyahacer. Por lo general, me suele importar un pepino cómo se resuelve una trama y, por eso mismo, los espoilers también me la sudan bastante (Ah, se me olvidó la advertencia para pusilánimes: ESTE TEXTO CONTIENE ESPOILERS). Así que yo no veía «Breaking bad» para saber cómo acababa. Yo atendía a la serie (y he atendido hasta el final, lo cual dice mucho) porque, como en algunas buenas películas, me gustaba vivir dentro de ella. Vince Gilligan había creado un tablero regido por una serie normas inspiradas en el noir clásico (el hombre vulgar que oye la llamada de lo criminal y se aboca a un encadenado de situaciones en las que deja de tener el control de su vida), el western psicológico y el melodrama suburbial en el que me encantaba estar. Ir detectando las diferentes etapas del parsimonioso viaje de la luz a la oscuridad de Walter White era mi gancho. Un meticuloso y apasionante proceso interno. Cuando las acciones externas ganaban presencia en la serie (y variaba el tono, la textura, el tempo…), la identidad de «Breaking bad» se me hacía otra. ¿Se traicionaba a sí misma? No sé. Sí sé, por eso, que hasta su clímax y desenlace a mí me parecía que me daban Joselito y al final resulta que era Navidul.
Hay más ingredientes que me amargan el paladar en «Breaking bad»: de la pobreza, agravio comparativo respecto a los hombres y de lo mal que crecen todos los personajes femeninos, por ejemplo, ya se ha hablado largo y tendido (La propía Anna Gunn se exorcizó en el New York Times). Pero sobre lo mediocre que suele ser la música de la BSO de la serie he oído muy pocas voces críticas. Porque si de verdad quieren ganarse la comparación con «The Wire», «Los Soprano» o «Mad Men», deberían haber tenido la misma puntería/putería al escoger canciones, que los muy cutres ponen el lazo a 5 temporadas y media con Badfinger…
Mmmmm….
Me releo todo esto y…
…mmmm….
…tampoco me siento del todo cómodo en el papel del siervo que va detrás de «Breaking bad», en su paseo triunfal tras ganar por fin en los Emmy, encargado del memento mori. Tan cenizo y tan overcritical con la serie no soy. Lo que pasa, es que tampoco me siento incluido dentro del entusiasmo generalizado que ha acompañado a este finale. Ya lo decía al principio: tengo sentimientos ambivalentes. Y si hago examen de conciencia, reconozco que en «BB» hay talento a paladas y fácil de detectar: la mayoría del cast, esas sorprendentes oberturas casi autónomas de capítulo, situaciones y escenarios bizarros, factura molona, blablablá… Quizá esta ficción sea como esos grandes futbolistas tan conscientes de su arte: se ensimisman en una filigrana innecesaria, se borran en partidos con lluvia y pasan mucho de bajar a defender, pero en general, su calidad está fuera de duda (o, si se duda de ellos, se les perdona por carisma). Porque, por muy tonto que me ponga, «Breaking bad» tiene un elemento muy poderoso que es el que vence a todo lo demás en el computo general: Walter White.
Hete aquí a un personaje (y a un actor: inmortal ya Bryan Cranston) como una casa de payés que tardó bien poco en incrustarse en el acervo de nuestros días. Su iconicidad es despampanante. Y eso que en realidad estamos hablando de un tío calvo con perilla, camisas de H&M y gafas de montura retro genuina, no impostada. Todo lo que esta estampa simboliza es mil veces más atractivo que su disfraz de Heisenberg (muy cool y muy de cómic, pero sin transmitir siquiera un 10% de complejidad). Porque, en realidad, a mí me gustaba ver «Breaking bad» como una serie sobre el ego; como una serie sobre un individuo que se niega a formar parte de la masa; como una serie sobre el talento desperdiciado y/o aprovechado a cualquier precio; como una serie sobre la obsesión por ser el mejor en lo tuyo y que, además, te reconozcan que lo eres los que saben. Todo esto representa Walter White. Mis dudas, supongo, vienen de si todo esto también es lo que quiere representar Vince Milligan.