«El Crack-up»

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El bajón. El derrumbe. El desplome. La nausea. La grieta interior. La bancarrota anímica. Así intenta traducir «crack-up» Alan Pauls en el prólogo de la preciosa y exuberante edición argentina de este libro de Francis Scott Fitzgerald. Aunque la reciente edición de Captain Swing en España también es fina, la que me pillé en Buenos Aires (en una librería que se llama «Crack-up» de la editorial que también se llama «Crack-up») es de saltársete las lágrimas. Todos los cuentos, artículos, cartas, cuadernos, ideas, diarios, aforismos y ensayos que rodearon a «El Crack-up» aparecen juntos en un libro de 400 páginas a partir de las apenas 20 hojas que escribió Fitzgerald para «Esquire» en 1936. También es de saltársete las lágrimas por otros motivos, claro: el tono autobiográfico de estos artículos-ensayos rasca muy, muy, pero que muy abajo. Esto es la reflexión y exposición pública de los pensamientos y sentimientos privados de alguien al que la fama le llegó demasiado pronto y se le fue también demasiado pronto. En este texto que en su día tanto rechazo generó en los lectores por su exceso de intimidad, Scott Fitzgerald se abre a sí mismo en canal. Junta letras (¡y cómo las junta!) en sus horas de desprestigio como si estuviera escribiendo su libro del desasosiego, como si tomara consciencia del oficio de vivir, como si se supiera dentro de la campana de cristal. Pero «El crack-up» explica a Fitzgerald y explica también la quiebra interior y la resaca psicológica de todos aquellos triunfadores que lo han tenido todo muy rápido y muy fácil. Volar tan joven cerca del sol… Y todavía explica algo más: el momento en el que cualquier persona, haya tenido éxito o no, descubre que hay un penar inexplicable, injustificable e inatribuible a agentes externos. El «crack-up» es esa hemorragia, esa grieta interna que nadie tiene prevista. Porque, como dice la primera frase del texto, «Toda vida es un proceso de demolición».

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