«La cueva de los sueños olvidados»

Yo es que es oír la voz en off en inglés patatero de Werner Herzog y ya me pongo tonto. Que este señor alemán me cuente lo que quiera, va. Porque al estimulo de esta prosodia macarrónica yo respondo salivando paulovamente. Asocio esa voz a la del guía de verdades imposibles, a la del narrador de vidas humanas más grandes que la vida humana, a la del testigo de la existencia de hombres-oso, de náufragos voluntarios en el Polo Sur, de escultores de madera que vuelan a cámara lenta. Tan fundamental es en los documentales de Herzog el objeto como el sujeto. Sin él implicado, no sería lo mismo. Son documentales de mirada. Son documentales que no disimulan su subjetividad. Son documentales en primera persona. Y ahora, también… ¡en 3D!.

¿Qué al tío Werner le ha dado por cascarse una peli en tres dimensiones? Pues venga, a ver qué ha hecho. Su 3D en «La cueva de los sueños olvidados» es parecido al de “Pina” de Wenders, aunque no tenga a priori nada que ver: es un recurso técnico y un recurso de estilo utilizado para la creación de un espacio cinematográfico que de otra manera se percibiría chato, pobre, limitado. Ampliando y adornando la profundidad de campo, los contraluces y relieves de las cuevas Chauvet, Herzog a menudo utiliza la técnica como un juguete nuevo: recreándose, experimentando, gustándose. En otras palabras: recuperando la inocencia de su mirada y de la nuestra.

Después, el documental tiene otros activos, claro, que esto no es sólo una experiencia Imax. De repente, el experto en la recreación digital de entornos arqueológicos resulta que también fue malabarista de un circo, el señor que descubrió las cuevas años ha raja contra el concepto homo sapiens, el historiador apasionado se pone a tirar lanzas con toda la torpeza de la que es capaz, el arqueólogo experimental (¡ojo, ahí!) se viste con pieles y toca el himno estadounidense con una flauta de hueso y un abuelete experto en perfumes se agacha por los montes olisqueando grietas en la roca. Ole. Como siempre en los films de Herzog, parece ser que las grandes conquistas y descubrimientos de la humanidad sólo están al alcance de quien se sale un poco de sus cabales. Y el gran cine también: el delirio final del epílogo de los cocodrilos albinos sólo se le puede ocurrir a un director que, en todos los sentidos, esté ligeramente más allá que acá.

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