Héctor Lavoe – «El cantante»

Si estuviera cantada en inglés o al menos fuera de un estilo musical de raíz anglosajona, «El cantante” sería uno de esos clásicos impepinables adorado y reconocido en todo el mundo. Se instalaría sin problemas en la misma vitrina de trofeos de «My way” o «It was a very good year” de Sinatra y «The Tracks of my tears” de Smokey Robinson & The Miracles. Pero aún siendo igual de absoluta y compartiendo linaje con estas obras maestras, su condición salsera y su letra en castellano la ocultan al gusto planetario. Bien mirado, no importa. Su grandeza como canción no se altera por su parcial repercusión. Ruben Blades y Willie Colón ofrecieron la mejor versión de sí mismos a Héctor Lavoe en este clásico. El primero, se sacó del bigote su mejor composición para un intérprete ajeno (aunque su CV de letrista y artesano de la canción en la Fania ya contaba con méritos como «Número seis» para Bobby Rodríguez y la Compañía), cortando a medida del cantante de los cantantes los versos y el tono del tema. Y el segundo, musicó y arregló los 10 minutos que dura “El cantante” con suntuosidad y atrevimiento: hay un piano atonal en la tercera estrofa que es letal; y cuando, a partir del minuto 4.30, la canción alcanza su tramo instrumental entre lolelolalas inflados a reverb, es como si la música se ensanchara en scope. Spanish Harlem en clave de drama Hollywoodense. Es «Carlito’s way». Un subidón en acordes menores: un bajón épico, pues. Tanto Colón como Blades se sabían sacando del pozo, o al menos intentándolo, a su amigo Lavoe.

“El cantante” abre a lo grande “Comedia”, el tercer disco en solitario de Héctor Lavoe. Es este un álbum de un decadentismo supremo. Héctor ya no es ni aquel cantante que vacilaba como nadie entre dos trombones, ni aquel joven de voz peculiar y técnica intachable que junto a Willie Colón cambió para siempre la historia de la música latina, ni aquel nuyorican inocente expuesto a los peligros de la gran ciudad. A mitad de los setenta, Hector es una súper-estrella con todos los tics de las súper-estrellas. Ahora el peligro de la gran ciudad es él mismo. Entre desgracias y vicios personales mil, está hecho trizas. Sin rumbo. ¿Molido? Por supuesto ¿Acabado? Ni hablar. Acabándose, si acaso. Eso es lo grande: en “Comedia” canta el cisne. Y canta Rigoletto. Y ríe el pagliacio.

No hace falta ser siquiera una estrella enana ni ser rozado apenas por la popularidad para sentirse “El cantante”. Hay veces, al menos yo, en las que me veo desde fuera sobreactuando, brindando lo mejor de mi repertorio, dedicando mis mejores pregones. Doy lo que los demás esperan que les dé en tal o cual lance social… hasta que me canso de mí mismo. Dejo de gustarme. Me aprieta la careta. Me molesta. Me molesto. Diría, quizá me gustaría pensar, que nos pasa a todos. ¿Somos lo que somos o lo que los demás quieren que seamos? ¿Alguna vez nos pregunta alguien si sufrimos, si lloramos o si tenemos una pena que hiere muy hondo? No hay tiempo para tristezas. Vamos, cantante, comienza.

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Una respuesta a Héctor Lavoe – «El cantante»

  1. Rocky dijo:

    Es un placer encontrar un texto en el que alguien expresa exactamente lo que tú mismo piensas sobre algo que te gusta. Exactamente. Cuesta de creer. Lo que da rabia es que el tío lo explique mucho mejor que tú. Como de costumbre, Joan.

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